La posibilidad de la extinción de los
recursos energéticos fósiles, entre otros motivos, ha conducido a la comunidad
científica a considerar el aprovechamiento de fuentes energéticas alterativas
renovables, tales como las derivadas del sol, del viento y del océano. Las
técnicas de captación de las energías solar y eólica, por ejemplo, han
alcanzado ya un grado de desarrollo tal que se han convertido, en algunos casos
en económicamente rentables.
La disponibilidad universal
de los recursos marinos hace que estos sean vistos como una fuente para saciar,
en parte, la creciente demanda de potencia eléctrica que, según se predice,
podría llegar a rondar los 10° W en el próximo siglo.
Si bien la tecnología para
captar la energía oceánica existe, Las dificultades que implican las
operaciones en el mar hacen que su extracción no resulte tarea fácil. Las
posibilidades son muy variadas e incluyen las olas, las corrientes oceánicas,
los gradientes térmico y salino del agua de mar, y la marea. De todas ellas,
las que han alcanzado un mayor grado de desarrollo son las que se basan en las
olas, el gradiente térmico y la dinámica de la marea. Las restantes se hallan
en etapas menos avanzadas.
Cada una de estas
posibilidades representa una considerable inversión de capital y posee sus
propias limitaciones y problemas de implementación.
Algunas tienen una
producción intermitente, otras necesitan costosos sistemas de almacenamiento,
pero todas deben estar en fase con la infraestructura económico-social
proporcionada por las tecnologías convencionales.
Es evidente que de todas
las formas de energía contenidas en el mar sólo sea posible utilizar aquellas
que se adecuen a las restricciones que imponga la propia región de interés. Por
ejemplo, para la conversión de la energía de las olas se requiere que la zona
cuente con un adecuado promedio anual en la velocidad del viento, así como con
una buena exposición de la costa frente al mar (Hagerman, 1988). En el caso de
la energía derivada de la marea, el hecho de que se necesiten simultáneamente
grandes amplitudes y determinadas condiciones morfológicas, tales como golfos,
bahías profundas o estuarios, limita el número de lugares en el mundo en
condiciones de albergar un proyecto de este tipo (Carmichael, Adams y
Glocksman, 1988). Otro tanto ocurre con la conversión de la energía a partir
del gradiente térmico entre las aguas superficiales y las profundas; éste debe
ser del orden de los 20°C, lo que sólo se verifica en la zona comprendida entre
las latitudes 20°N y 20°5 (Kinelski, 1985).
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